A pesar de la dura enfermedad que está atravesando, se ríe porque todas las camisetas de Huracán le quedan grandes. Juega al fútbol con sus dos nietos como lo hacía en los Nacionales y bromea con las enfermeras porque le dicen el "Indio patagónico". Pasta de Campeón se juntó con el "Mariscal" y habló a corazón abierto.

Por Facundo Paredes

Además de la melancolía que viene con el pack de los recuerdos, lo antiguo tiene su grado épico, artesanal, heroico y hasta, muchas veces, exagerado. Quizá porque fue lo primero, porque no fue acompañado de la tecnología ni del conocimiento actual o porque simplemente pasó. Todo es válido y, a la misma vez, cuestionable. Pero en este caso sí fue así: épico, artesanal, heroico y exagerado.

Los futboleros comodorenses que nacimos después del 80 fuimos mamando la rica historia de la pelota petrolera. Más allá del primer campeón, el Nacional FC -hoy Jorge Newbery-, las máquinas arrasadoras de Tiro Federal, Florentino Ameghino y Talleres Juniors o el Comferpet -Petroquímica- del 65, el ambiente nos metió en la cabeza los tres Nacionales (71, 74 y 76) que disputó Huracán, una de las mayores hazañas que tiene la región por los enfrentamientos contra los grandes del fútbol argentino como Independiente, San Lorenzo y River Plate, y la talla de sus jugadores como Ricardo Bochini, Claudio Marangoni y Norberto Alonso.

Juan Carlos “Papa” Álvarez y Juan Carlos “Bocha” Rodríguez fueron los únicos futbolistas oriundos de Comodoro Rivadavia que jugaron los tres torneos. Uno de ellos atraviesa una dura enfermedad. Desde el 2017, el “Papa” lucha contra la Cirrosis y Hepatitis C, y el pasado mes regresó a su ciudad natal por unas semanas, dado que pasó gran parte del año en Buenos Aires, donde trata sus estudios.

En dos charlas como si nos conociéramos desde siempre, el “Papa” abrió su corazón. Entre sándwiches de miga, un mate, un té, el libro “La historia grande del fútbol comodorense” de Joaquín Atilio De Sousa Inacio y su propio álbum que fue hecho por sus dos hijas y esposa, se habló más de la vida que de fútbol o, mejor dicho, de cómo el fútbol es parte de su vida.

  • ¿Es cierto que estuvo a punto de jugar en Jorge Newbery?

  • (…) Sí, es verdad -ríe-, a los 12 años. Éramos de cierta manera del barrio, porque vivíamos en la calle 13 de diciembre y Aristóbulo del Valle, al lado del Gimnasio Municipal N° 1 (a 7 cuadras del club). Como me quedaba cerca la cancha, un día fui a probarme. Papá era obrero de YPF, no eran buenos momentos económicos en el seno hogareño, y yo tenía la ilusión de que me den alguna camiseta, un pantalón corto. Cuando fui a Newbery, el técnico me preguntó si traía ropa y le respondí que no tenía, entonces me dijo que no me podía probar. Después me pidió que esperara afuera y, como me cayó un poquito mal, me fui para mi casa. Era la primera vez iba a un club y justo tuve ese percance, no pude cumplir mi sueño de jugar en una institución… pero bueno, son cosas que pasaban. Luego opté por el barrio, comencé en Deportivo San Carlos con 13 años…

  • ¿Desde chico fue defensor central?

  • No, jugaba de 5 o de 9, la paradoja del destino. De 5 porque yo soy nacido en Km. 27 y te imaginarás de quien era hincha… Diadema Argentina. Cuando iba a la cancha a ver a Diadema veía a un 5 llamado Oscar Segundo Funes, me encantaba como jugaba, lo admiraba. Y ya cuando estábamos en la segunda división, empecé como 9. Era flaquito y rápido, hacía goles en esos tiempos, después nunca más la metí. En Huracán, cuando fui citado en el diario por primera vez, el entrenador me dijo que le faltaba un 2. Recuerdo que fue en la cancha de Tiro Federal, no sabía ni donde me tenía que parar, pero yo venía del barrio, del potrero, donde éramos más picaros, más “tramposos”. No estoy en contra de las escuelitas, por favor, pero corríamos con esa ventaja, por eso me gustaba. A partir de ese partido no me saqué más esa camiseta hasta el final de mis días. Yo soy negro, pero tengo la blanca de Huracán pegada en el cuerpo.

  • ¿Qué tan amateur fue el Huracán del primer Nacional?

  • En mi caso, nunca quise vivir del fútbol, no era mi idea. Si bien el club te daba apenas unos viáticos, ¿cuánto te podía durar? Yo siempre trabajé. En los otros dos nacionales (74 y 76) hacíamos doble turno, pero yo hacía uno solo. Salía 7.30, me tomaba el colectivo para la empresa petrolera y volvía 23.30 o 00 de la noche. Mi mamá me quería matar, porque el sacrificio era doble, pero cuando llegaba a casa me tenía preparado un churrasquito a baño maría o una tortillita de papa que me encantaba y, al otro día, cuando me despertaba, tenía la ropa limpia al lado de la cama. ¿A qué hora se levantaba mamá para lavarla? Un día le dije que no me lave más un buzo azul, porque lo tenía celeste de tantos lavados. Eso me ayudó, porque después de horas, ir a entrenar era… y eso que nunca falté a ningún entrenamiento. En el primer Nacional tenía 18 años recién cumplidos y no tomaba dimensión de lo que estaba jugando. En esos tiempos, cero profesionales. Yo siempre fui cuidadoso en mi forma de vida, me cuidaba. La juventud de antes era como la de ahora, los sábados eran de baile, pero yo me acostaba temprano para ir a jugar. Los pibes del barrio pasaban a buscarme y preguntaban si estaba “Pelé”. Me decían así no porque jugaba bien, sino por mi piel morocha.

El “Papa” parece un nene. Se lo ve más eléctrico a él que a sus dos nietos, “Nacho” (1 año y monedas) y Felipe (6). Camina a pasos acelerados sobre el césped del César Muñoz, observa algunos dibujos pintados y pregunta si las butacas de la platea principal son nuevas. Felipe se sienta y, rápidamente, su abuelo le exclama: “No te acostumbres al banco de suplentes”. Felipe le hace caso, se levanta y juega con la pelota por todo el campo de juego. Luego, el “Papa” se dirige hacia una esquina donde están dos viejos amigos que le gritaron “¡Quién lo conoce a este! ¿a dónde jugó?”. Mientras, su mujer, Graciela, lo observa emocionada y se le cae un par de lágrimas: “Yo soy retirada de la policía, por eso lo entiendo. Cuando vuelvo a una comisaría me pasa lo mismo. Hace mucho que no lo veo con tanta energía, cómo será que hasta se olvidó de traerse el barbijo”.

Pasó exactamente 10 meses desde la última vez que Juan Carlos Álvarez pisó la cancha de Huracán, cuando en diciembre de 2018 se inauguró el gimnasio de aparatos de musculación con su nombre y fue homenajeado por todo el ambiente “globero”.

  • ¿Cómo surgió la enfermedad?

  • Es jodido, aparentemente fue por las vitaminas que nos inyectaban en el tercer Nacional de Huracán. Ponele que en la ducha éramos 12 y el enfermero llevaba 4 agujas para todos, cambiaba la aguja cada cuatro “trastes” distintos. Alguien debía estar contagiado, lo descubrimos porque de ese plantel hay 9 con Hepatitis C.

  • ¿Qué siente cuando vuelve a Comodoro Rivadavia después de meses en los hospitales de Capital Federal?

  • Cosecho lo que sembré, la gente me saluda por la calle, me cuentan que me veían jugar y esas cosas, a mí me gusta. Imagínate, acá cargo pilas de nuevo y la voy a seguir peleando. Viste que hay una frase: “Me orinó un perro” … a mí me agarró un elefante hermano. Me agarró Cirrosis y no tomaba alcohol. Capaz que comía un asado y me tomaba una copa de vino o comía pizzas con mi mujer y una cerveza, lo normal.

  • ¿Le tiene miedo a lo que puede llegar a pasar?

  • No, para nada. La vida me dio dos hijas (Vanesa y Nadia) y ellas me premiaron con dos nietos, estoy chocho. ¿Qué más quiero? Yo ya estoy hecho. Me di el lujo de conocer toda la Argentina gracias al fútbol, conocer grandes jugadores y hacer amigos.

Uno, desde afuera, se puede imaginar las emociones encontradas por las situaciones que vivió y vive el “Papa”, pero nunca sabrá cómo son, porque no está dentro de su cuerpo. Lo que sí está claro, es que su familia es su sostén, que su Comodoro lo rejuvenece y que su Huracán lo llena de orgullo. Mientras sus tres pilares estén al costado de él, no va dejar que nada ni nadie entre al área y convierta un gol. El “Papa” fue “Mariscal" dentro de la cancha, pero al apodo se lo ganó por lo que lucha fuera de ella.