Una opinión sobre nuestra responsabilidad en el cuidado de las infancias en el deporte y la educación.

Por Piero Ronconi

El neoliberalismo construye e instala discursos y prácticas peligrosos para nuestras infancias; el deporte no es la excepción. Lejos de discutir el deporte de rendimiento, el deporte profesional o el espectáculo, resulta importante destacar el valor que nuestras sociedades otorgan a eso que llamamos “deporte”.

Cuando nos referirnos deporte y la infancia es preciso reconocer que hablamos de un derecho- el derecho a la práctica deportiva, al juego y la recreación- que necesariamente se vincula con la educación, la salud, en definitiva, con la protección integral.

Acordamos, como propone Personne, que el deporte sea PARA el niño/a y no al revés. La educación en y a través del movimiento, sí. La mercantilización de nuestras infancias, no.

Sabemos que la competencia es un rasgo que hace al deporte, sin embargo, es necesario que la competencia puede ser comprendida más allá de modelos que -en el fondo -se vinculan con la supervivencia del más apto.

En todo caso, que la competencia que aprendemos -a vivir y respetar- en la cancha sea entendida como una forma democrática que promueva la justicia social y no la meritocracia como suele publicitarse. El riesgo es, como severamente describe Benítez y Comissio, que la infancia quede hecha pelota.

No negamos el “sueño del pibe”, lo entendemos y abogamos por un Estado que promueva condiciones donde, justamente, el deporte sea una posibilidad concreta para todos y todas. Es decir, que existan espacios donde jugar, divertirse y aprender en cada barrio, en cada club o playón; donde existan condiciones para entrenar y aprender en forma sana y segura pero también el derecho a no ser –obligatoriamente- “un campeón”.

Los “talentos” pueden esperar, las infancias no.