Se fue D10s y con él una parte de nuestras vidas. Quedó la soledad. Una soledad inconmensurable. Pero no tema, acaso si este, nuestro D10s, nos ha enseñado algo es poder gambetear en las canchas y fuera de ellas las patadas de la vida.

Por Pablo Soto para PDC

Usted se despertó hoy. Más tarde, más temprano, todos despetamos. Usted se levantó, acaso resongando por la hora, hubiese querido meterle un rato más de sueño. Se fue directo a la radio o a la tele, aún lagañoso, y vió y escuchó la transmisión en vivo y en directo mientras se resfregaba los ojos en seco. Es que hay cosas que vistas y oídas, no pueden ser tenidas por reales.

Enfila a la cocina, prende la hornalla, pone la pava para calentar agua. Busca, encuentra y limpia el mate. Busca, encuentra y carga yerba, en el mate.

Usted presiente algo. Presiente. Usted ve la tele, escucha la radio pero no es eso lo que lo carcome. Usted presiente algo. El mate a la mañana con el estómago vacío, dice, miente.

Usted saca la pava del fuego, vuelca el agua en el termo y sirve mate tras mate. No come, nada. Sigue otro mate, y otro. Amargo, el mate. Ojea el reloj de la pared. Habrá que salir dentro de un rato. Salir. Habrá que salir, dice. Como siempre, habrá que salir. Se mezcla la voz de la radio y el relato de la tele, baja el volumen de la tele. Y ahí, entonces, en ese momento sabe algo. Usted sabe algo. Usted sabe que fue pibe, que por la radio escuchaba música y fútbol, sobre todo fútbol. Y sabe, con nostalgia sabe, que cuando la tele irrumpió no se resignó a perder la radio. Y sabe que, hasta que ellos (no hace falta precisar a quién se refiere usted con "ellos") decidieron lo contrario, podía escuchar los partidos por radio y a la vez verlos por la tele. Y sabe que fue pibe, creció pibe escuchando fútbol por la radio, sabe de barriletes cósmicos y de lágrimas por radio, supo que garganta y ojos pueden ser lo mismo, hasta que la tele. Y ahora, usted, apenas levantado presiente que algo pasa. Sabe lo que pasó, pero hay algo nuevo. Un derrotero de sensaciones nuevas.

En la casa todos duermen. Y usted, que presiente algo, mira sin mirar la tele, escucha sin escuchar la radio. Chupa otro mate y el ruido encuentra el espacio. Y el espacio es enorme, vacío. Entonces usted, que presiente, rebota en la palabra vacío.

Usted, recién amanecido, entiende que se ha quedado más solo. Bah, para qué relativizar, se ha quedado concretamente solo. Paradoja: solo, con otros solos. Filosofa. Nosotros (no hace falta precisar a quién se refiere usted con "nosotros") hemos quedado solos. Entonces teme, alguien podría decir que tiembla. Entonces llora. Un llanto lento, como la nieve que se derrite. Una lágrima espesa, como la infancia. El silencio de todos los estadios del mundo, vacíos, le oprimen a usted el pecho. Mira el reloj, usted mira y putea al reloj cuyas agujas no se detienen, siguen martillando. Busca el cielo pero halla el techo, usted sabe que el cielo raso es el cielo de los nuestros (no hace falta señalar quiénes son los "nuestros). Sabe que el cielo  de las estrellas y del Dios perfecto es de ellos (no hace falta aclarar quiénes son "ellos"). Usted eleva lágrima y moco (a esta altura usted es un nene llorando) al cielo raso y pide que sea mentira. El cielo raso se descascara, poco a poco, hace meses, no refulge, no ilumina: el deterioro es de hace mucho, y desde hace mucho se viene cayendo. Usted, que sabe que se ha quedado solo ve cómo el cielo raso de los pobres se descascara sobre el mate amargo de la mañana. No hay modo, no habrá. Ya no puede contener el caudal de tristeza que lo desborda: es que no llora solo usted, lloran todos los que fue, lloran todas las tardes bajo el rayo del sol pateando una pelota, lloran todos los campitos que pisó, lloran los días en que su padre lo llevaba a la cancha, lloran los días en que usted llevaba a su hijo a la cancha, llora el nene que hacía goles contra la persiana metálico del almacenero, llora la pieza llena de posters, lloran las charlas con amigos (¿qué estará haciendo esa banda, ahora que usted llora, solo?), llora su bronca, su impotencia, llora. Usted, todos los que es usted llora. Y está solo. Quiero decir, usted está con gente, familia, amigos. Pero presiente que está solo. Y es así, usted se ha quedado solo, D10S ha muerto.

No Dios, ese premio en la kermes de los poderosos. No Dios, el patrón de la estancia estelar. No Dios, el general en jefe de la policía de la moral. No Dios, el perfecto, tan perfecto que no puede ser. No Dios, voz de nadie, silencio de todos. No. Ese Dios murió hace tiempo. Ese Dios nunca fue de nosotros (ni falta que hace enumerar quiénes estamos incluídos en ese "nosotros"). Y hubo que matarlo. Hubo que liberarnos de él.

El D10s que ha muerto es otro, es nosotros. Es el D10s nacido de la entraña del pueblo, crecido entre el barro del pueblo, nunca elevado más allá del cielo raso, a lo sumo alto, en la pared. Pero bien cerca, bien acá. Habiendo muerto el Dios de ellos, nosotros, por fin, teníamos nuestros D10s. Pero ayer se murió. Usted, que no puede salir a la calle para irse a trabajar, usted solo en su casa en la que todos duermen, sabe, por fin, que nuestro D10s ha muerto.

¿Qué hará, usted, ahora? Ellos (ya sabe usted a quién se refiere cuando dice "ellos) ¿festejarán? ¿Sentirán alivio? ¿Saldrán de las cavernas? ¿Volverán a creer que nos tienen que enseñar a vivir, a sentir, a pensar? ¿Y nosotros?

Usted sabe que D10s ha muerto: el negro, el pobre, el desquiciado, el excesivo, el doloroso, el doliente, el exacto, el grano en el culo del cadáver de Dios. Ha muerto el D10s nuestro. Y por eso usted siente esa soledad. Una soledad inconmensurable. Pero no tema, acaso si este, nuestro D10s, nos ha enseñado algo es poder gambetear en las canchas y fuera de ellas las patadas de la vida. Se le pasará, no tema, póngase la 10 y encare la vida y la muerte como D10s a los ingleses. Hoy duele, mucho, porque es el día después de la muerte de D10s. No se niegue al dolor. Esa es también una de las enseñanzas de este Dionisio villero. Sufra, que su corazón se hinche de dolor  como tobillo acribillado a patadas. Sienta calambres en el alma, no se avergüence, la vergüenza no es patrimonio de D10s. Y espere, espere tranquilo, porque esta muerte no será en vano. Vaya, salga a la calle, junte plata para pintar en verano el cielo raso de los pobres y vuelva a amar a los suyos, a los nuestros. Que los poderosos tiemblan con un amor tan grande.